Donde no hubo adiós: el final que Kikyo de InuYasha merecía

Hay finales que duelen no por lo que sucede, sino por lo que nunca llega a ser.

La historia de Kikyo

La historia
de Kikyo de InuYasha es, desde su primera aparición, una melodía de melancolía antigua, de amores
que no pudieron florecer. ¿Y si Kikyo no se hubiera desvanecido en el aire, sino que hubiera
quedado viva? Este pequeño cambio en el destino habría transformado, por completo, no
solo la historia, sino también su mensaje. Desde su regreso al mundo de los vivos, Kikyo
nunca existió para ella misma.

Durante decenas de episodios, los protagonistas persiguieron esa sombra con una mezcla
de furia, esperanza y resignación. Pero detrás de cada paso, detrás de cada combate,
estaba ella: Kikyo, caminando entre la vida y la muerte, sostenida por el deseo de redención
y por el peso de su pasado con Inuyasha.

Una Kikyo viva, con la amenaza eliminada y la carga espiritual aligerada, sin venganza, sin
guerra, sin propósito preestablecido, tendría que descubrir quién es más allá del deber.
Quizás abriría un pequeño santuario en una aldea, sanando heridas que no son físicas. Tal
vez sería guía espiritual, o simplemente una viajera.

La vida difícil de Kikyo

Su resurrección fue una sombra, una extensión de su misión inacabada. Imagina un mundo
donde, tras años de persecución, heridas y pérdidas, Kikyo logra permanecer de pie. Donde
su alma no se dispersa en paz, sino que se queda, completa, entera, viva. Ya no como una
marioneta reconstruida con barro y alma prestada, sino como una mujer cuya existencia ha
sido devuelta por completo a este mundo. Para Inuyasha, esto significaría enfrentarse a su
pasado, sin la excusa de la muerte para enterrarlo. Ante ella, no tendría respuestas fáciles.

El amor

Él la amó en un tiempo donde él mismo no sabía amar. Y ahora, ya cambiado, con
cicatrices nuevas y un vínculo sincero con Kagome, tendría que mirarla no como un
fantasma, sino como una mujer viva. Kagome, también, sentiría el eco de esa decisión. El
triángulo amoroso con Inuyasha habría alcanzado su clímax más realista. En esta línea del
tiempo, Kagome también enfrenta una verdad distinta. No necesita competir, pero sí
comprender.

Sango, Miroku y Shippo habrían mirado a Kikyo con otros ojos también. Ya no como el
símbolo de la tragedia, sino como una mujer renacida, con cicatrices que no duelen, sino
que enseñan. . Podrían construir su familia sin miedo. Ella podría haber sido una guía
silenciosa para Kohaku, tendría una segunda oportunidad como joven libre de la sombra del
asesinato. Y Sesshomaru, incluso él, habría visto en Kikyo un símbolo de persistencia, tal
vez incluso respeto.

El mundo sin Naraku también sería otro. Sin su manipulación, muchos hilos del mal
quedarían sueltos, sí, pero también sería una tierra fértil para la reconstrucción. Con Naraku
fuera del juego, ya no hay culpables que señalar, ni monstruos que vencer.

Solo quedan ellos dos, con un océano de recuerdos entre ellos, Habría sido una figura
desplazada del tiempo, una mujer de una era que ya no necesita su sacrificio. Pero
precisamente por eso, su arco se habría vuelto aún más profundo.

En un mundo donde todos cargaban con heridas abiertas, ella habría sido prueba de que
algunas cicatrices sí pueden cerrar.

Kikyo viva no solo cambia el destino de los personajes. Cambia el mensaje central de
Inuyasha. Deja de ser una historia de amores rotos por el tiempo. Imaginar un final donde
Kikyo vive y Naraku muere es, en esencia, imaginar una segunda oportunidad para todos
los personajes. Uno que nos recuerda que vivir con las consecuencias de una guerra puede
ser más valiente que morir en ella.

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