Kageyama y Misa en el Yermo: un setter sin red y una estrella apagada en el fin delmundo


El mundo ya no tiene estadios ni escenarios. Ya no hay gradas, ni luces, ni público que aplauda. Solo ruinas, polvo, ecos de lo que alguna vez fue. En medio de ese paisaje roto, caminan Kageyama Tobio y Misa Amane, dos almas de mundos distintos que jamás
debieron encontrarse, y que, sin embargo, en la muerte de todo, encontraron una forma de seguir existiendo.

Él entrenaba en una cancha de voleibol, obsesionado con la perfección, con gritar “¡una más!”, hasta quedarse sin voz. Ella vivía en luces, cámaras y multitudes que la adoraban por razones que ni ella misma entendía del todo. No se conocían antes del fin. Sus vidas no tenían ningún punto de encuentro hasta que el colapso los dejó sin pasado.

Kageyama es lo que queda de un líder técnico cuando ya no hay partidos, solo batallas. Ya no entrena, no planea jugadas ni busca formar equipo. Ahora ajusta la mira de su rifle con la misma precisión con la que lanzaba un pase. Lleva un diario donde anota rutas, comportamientos de criaturas mutadas, horarios de patrullas enemigas. Su mundo ya no es una cancha, sino un mapa plagado de muerte.

Misa, por su parte, tampoco canta. Su voz, antaño afinada para el escenario, ahora sirve para calmar a niños asustados o negociar con saqueadores. Aprendió a usar su carisma como un arma, y aunque conserva parte de su magnetismo, ya no lo hace para brillar, sino para sobrevivir. En su mochila guarda una libreta donde escribe canciones que nadie escuchará jamás.

Se entienden sin hablar. Kageyama, que nunca fue bueno con las palabras, confía en Misa más de lo que admite. Ella, que siempre necesitó ser amada, se aferra a su presencia como a la única constante en un mundo que ha olvidado todo lo que no es violencia. En un entorno donde la traición es moneda corriente y confiar es casi un acto de fe, ambos
encuentran en el otro algo parecido a la estabilidad.

No hay romance entre ellos, pero sí un tipo de amor silencioso. Uno que nace de haber sobrevivido juntos a lo imposible. Juntos han cruzado el Yermo de punta a punta, desde las ruinas de Tokyo-3 hasta los túneles sumergidos de lo que alguna vez fue Akihabara. No están salvando a nadie. No son héroes. Solo siguen adelante. Porque rendirse duele más
que seguir. Porque incluso en el Yermo, dos personas rotas pueden encontrarse y, sin querer, salvar lo único que queda por salvar: el uno al otro.

Y quizás eso es lo que más resuena de esta historia improbable. Que incluso en el mundo más muerto, el talento, la voluntad y el extraño poder de la compañía pueden seguir marcando la diferencia. Aun así, no están del todo rotos. No mientras sigan caminando juntos.

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